La nueva Operación Condor

A continuación Wiphala Rebelde publica un árticulo que nos envió un lector como comentario a la situación chilena. Vemos mucho paralelismo con lo que estamos sufriendo bajo el régimen de Rodrigo Paz.

El Plan Cóndor original necesitó militares, centros de tortura, dictaduras y cadáveres. Fue brutal, visible, sangriento. Estados Unidos debía intervenir directamente porque América Latina todavía tenía algo peligroso: pueblo consciente, memoria histórica y conflicto político real.

Ese método quedó atrás.

Hoy el nuevo Plan Cóndor no secuestra cuerpos, secuestra mentes. No impone gobiernos, fabrica electorados. No derroca presidentes, crea sociedades que votan obediencia creyendo que es libertad. Ya no hace falta matar a nadie cuando logras que millones defiendan con su voto el mismo sistema que los precariza.

La operación evolucionó. Se volvió elegante. Silenciosa. Imposible de denunciar en tribunales internacionales.

Antes se necesitaba a Pinochet, Videla o Stroessner. Hoy basta con economías endeudadas, tratados comerciales irreversibles, medios de comunicación concentrados, universidades que forman profesionales sin conciencia política y redes sociales que venden el éxito individual como si fuera emancipación.

El golpe ya no es militar. Es cultural. Es mental. Es cotidiano.

La gran trampa fue educar sin conciencia de clase.

En los años 80 y 90 la lucha era justa: que los hijos de los obreros estudiaran, entraran a la universidad y no repitieran la vida de explotación de sus padres. Se logró. Pero nadie quiso hacerse la pregunta incómoda: para qué sistema los estamos formando.

Hoy esos niños son adultos. Ganan 800 mil, un millón, a veces un poco más. Viven endeudados, con miedo permanente a caer, pero convencidos de que ya no son pueblo. Se creen clase media alta. Miran hacia abajo con desprecio y hacia arriba con admiración. Votan como si defendieran una herencia que nunca van a recibir.

No son ricos. No controlan nada. Pero se comportan como guardianes del orden que los oprime.

Ese es el triunfo más grande del nuevo Cóndor: crear desclasados. Hijos del pueblo que votan contra el pueblo convencidos de que ahora pertenecen a otra cosa.

Estados Unidos ya no necesita intervenir elecciones. Interviene el sentido común.

Hoy no hay fraude. Hay narrativa. Hay miedo. Hay chantaje económico. Hay un mensaje repetido hasta el cansancio: izquierda es caos, derechos son privilegios, el Estado es enemigo, el mercado es libertad, el orden es progreso.

Cuando una sociedad internaliza eso, la democracia funciona perfectamente para los poderosos. Y cuando algún gobierno intenta salirse del libreto, el castigo es inmediato: fuga de capitales, presión mediática, sanción financiera, aislamiento internacional. Todo técnico. Todo legal. Todo democrático.

En este escenario, José Antonio Kast no es una anomalía. Es el producto final del proceso. El político ideal para este nuevo orden: duro con los débiles, sumiso con los fuertes, anticomunista por reflejo y completamente alineado con el conservadurismo estadounidense.

No hay misterio en su política exterior. No habría autonomía. Habría alineamiento automático. Chile no sería un actor soberano, sino un peón disciplinado. Nacionalismo para la galería, subordinación para el imperio.

La imagen de Kast sentado en las piernas de Trump no es una exageración. Es una metáfora exacta del lugar que ocuparía el país: obediente, agradecido, sin voz propia.

Y lo más grave es que todo esto ocurre con votos populares.

La izquierda no fue derrotada. Se rindió.

No porque le faltara razón, sino porque le sobró miedo. Miedo al conflicto, miedo al poder económico, miedo a incomodar. Administró el modelo, lo maquilló y convenció al pueblo de que no se podía hacer nada más.

Gabriel Boric simboliza esa derrota histórica. No porque fuera de derecha, sino porque renunció a disputar el poder real. Desmovilizó, moderó, normalizó la impotencia y dejó el camino despejado para la restauración conservadora.

Estados Unidos no tuvo que intervenir Chile. La izquierda hizo el trabajo sola.

Ahora la pregunta que nadie quiere responder es qué se hace.

La respuesta no es épica ni amable.

Durante los próximos cuatro años no se recupera el poder pidiendo permiso ni moderándose más. Se recupera rompiendo el hechizo.

Primero, diciendo la verdad sin anestesia: no eres clase media alta. Eres un trabajador endeudado a un despido del colapso. Si necesitas crédito para vivir, no eres libre. Tu sueldo no es estatus, es supervivencia frágil.

Segundo, organizando fuera de los partidos. La gente ya no cree en siglas ni líderes iluminados. Cree en quien aparece cuando todo se cae. Redes reales de apoyo, defensa laboral, acompañamiento territorial. Sin banderas. Sin marketing. Sin caudillos.

Tercero, volviendo a señalar culpables. Bancos, AFP, grandes grupos económicos, medios concentrados. No con consignas ideológicas, sino con la vida cotidiana: cuánto produces, cuánto te quitan, quién gana con tu miedo.

Cuarto, disputar el poder sin pedir perdón. No prometiendo felicidad, sino control sobre la vida material. Trabajo estable. Seguridad social real. Estado fuerte donde importa. Democracia sin chantaje económico.

El nuevo Plan Cóndor triunfó porque entendió algo que las dictaduras nunca lograron: es más efectivo lograr que el pueblo defienda su propia jaula que obligarlo a punta de fusil.

Hoy no hay desaparecidos. Hay endeudados agradecidos. No hay censura. Hay autocensura por miedo a caer.

Y mientras el pueblo siga creyendo que subir un escalón lo convierte en elite, seguirá votando contra sí mismo.

Porque cuando el pueblo olvida quién es, ya no hace falta reprimir..

Fuente: ECTV Canal 3

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