Lo que las encuestas no vieron

[A continuación Wiphala Rebelde publica un comentario de un activista. A nosotrxs nos merece un artículo.]

Las elecciones de ayer dejaron sorprendidos a muchos. No tanto por el resultado en sí, sino porque durante semanas nos habíamos quedado atrapados hablando de las encuestas: Samuel primero, Tuto segundo, con analistas y periodistas reproduciendo un “sentido común” artificial. Una lección clara: las encuestas en Bolivia han quedado heridas de muerte, pues se usaron más como estrategia política que como “fotografía” de la realidad. También quedó en evidencia algo más profundo: el voto masista, ese bloque mayoritario al que muchos llaman “bloque nacional popular”, nunca fue un voto de izquierda en sentido estricto. Fue, sobre todo, un voto identitario, que entre 2005 y 2014 se sostuvo en el vínculo afectivo con Morales más que en una ideología. Pero, además, fue un voto nacional, porque expresaba las grandes agendas del país: la nacionalización de los hidrocarburos y la Asamblea Constituyente. Esa conexión no se hereda ni con Andrónico ni con Del Castillo. La gente no vota por colores ni por siglas: vota por lo que reconoce como suyo y por lo que entiende en su presente. Evo apostó al voto nulo y perdió: un 13 o 14% de techo real es más bien un gesto de impotencia que una estrategia. Y mientras tanto, emergió algo inesperado: el contrapeso. El Alto jugó un rol decisivo frente al poder de las élites que se proyectaban como triunfadoras, y allí apareció la fórmula Lara-Paz: un outsider orgánico, nacido de la calle y de las redes, junto a un político con oficio pero sin el desgaste corrosivo de otros nombres. El caso de Lara merece una explicación aparte. Su figura surge de un hecho viral en la policía que lo acercó a sectores populares y lo instaló en la conversación pública. Desde entonces su presencia digital fue intermitente: cerró y abrió cuentas, probó con transmisiones en vivo, intentó dar asistencia jurídica como abogado al estilo de Galindo o Mamen, y terminó construyendo su identidad política casi exclusivamente en TikTok. Allí no solo acumuló seguidores, sino que logró algo más importante: formar una comunidad que lo acompañaba sin condicionamientos materiales ni clientelares, una comunidad que compartía contenidos porque se reconocía en él.
Ese tránsito, de ser un “candidato solo de TikTok” a convertirse en una opción política real, explica gran parte de su crecimiento. Lara se convirtió en el rostro de un voto de rechazo a las viejas opciones, y digitalmente ese fenómeno se reflejó en la analítica de datos: un ascenso orgánico que capturó gran parte del voto masista huérfano. Lo importante de este fenómeno es entender lo orgánico dentro del ecosistema digital y político boliviano. Ese ecosistema no surge de la nada: proviene de estructuras previas construidas por gobiernos, partidos, “tropas digitales” o “guerreros digitales”, pero también de empresas de marketing e incluso de injerencias externas que buscan influir en la opinión pública, sobre todo en procesos electorales. En un escenario de campaña, todos los actores políticos desplegaron estrategias digitales; sin embargo, la diferencia está en lo orgánico y lo artificial. Lo orgánico es lo que la gente comparte porque le importa, lo que nace desde abajo; lo artificial es lo que se compra, se infla o se fuerza. La analítica de datos, el big data y las métricas ayudan a leer tendencias, pero si no entiendes ese ecosistema, si no sabes distinguir lo espontáneo de lo fabricado, la información no sirve de nada. Y en Bolivia, comprender esa diferencia puede costar una vida. Por eso, más que un fin de ciclo político, lo que vimos ayer fue el fin de un modo superficial y arrogante de interpretar a la sociedad: encuestas que no explican nada, opinadores que repiten clichés, análisis que no alcanzan a leer lo que pasa en la calle ni en lo digital. Menciono esto con las limitaciones que tengo hoy para hablar de política, porque creí necesario decirlo.

Fuente: Wilmer Machaca, activista

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