Para recibir el canto de los pájaros

«En América todos tenemos algo de sangre originaria: algunos en las venas, otros en las manos». Galeano

[…]Rubén Atahuichi reflexionó sobre el Año Nuevo Andino. Constataba él que había mucho reclamo en las redes sociales por esta celebración; que decían con enojo que su Año Nuevo es el 1 de enero y que lo otro es un invento del MAS. De pronto era evidente que la voz del periodista ya salía del interior de su emoción cuando pedía a los jueces de las redes que si no lo sienten, que lo respeten, que sean más empáticos. Se preguntaba después por qué no hay las mismas quejas sobre la tradición de San Juan y los hot dogs. Nadie dice nada en redes. El Año Nuevo Aymara, recordó, inaugura el calendario agrícola, la gente del campo planifica, se reúne con el horizonte de tener mejores cosechas de los alimentos que consumen los campesinos pero, sentenció Rubén, “también consumen los citadinos que hoy reniegan de esta celebración”. Y remató: “los productos de la tierra son también para ellos”. Caí entonces en cuenta que, detrás del odio político al MAS expresado en la descalificación de esta celebración está el desprecio por el mundo campesino y detrás de este desprecio está la deformación instalada por siglos de que el “no campesino”, el “menos indio” que el indio es superior.

La misma razón explica por qué esa mujer de pollera con sede en la ciudad de El Alto dijo recientemente a la cineasta Verónica Córdova: “Nosotros nunca quemamos la bandera boliviana, nosotros nunca les hicimos ponerse de rodillas, nosotros nunca les hicimos besar, semidesnudos y golpeados, la wiphala”. Podríamos también decir que tantos y tantos policías que se sienten representados en la wiphala nunca cortaron la rojo, amarillo y verde de sus uniformes.

La misma razón puede explicar por qué nos derretimos en medios de comunicación o en nuestras charlas privadas cuando una autoridad norteamericana hace un discurso en un esforzado aymara (amistoso gesto, sin la menor duda) y nos burlamos con crueldad cuando un indígena no habla bien castellano. De repente es la misma razón que transparenta la enorme crítica a la vacunación anticipada de la hija del expresidente indígena Evo Morales (absolutamente abusiva) y el poco ruido en torno a la vacunación, también anticipada y también abusiva, de la hija de la expresidenta Jeanine Áñez (cabellera rubia pero rasgos indígenas, como todos mis compatriotas).

Es ampliamente probable que el rechazo, el juicio o la ironía que nos sale con el Año Nuevo Andino o con la bandera embarazada de todos los colores que flamea en la Bolivia india tenga algo que ver con las masacres de nuestra historia americana. Es probable que las masacres de Sacaba, de Senkata, de El Pedregal, sigan gritándonos lo mismo. En un diálogo de periodistas con mis colegas Freddy Morales y Mario Espinoza intenté expresarlo en medio de un encendido debate sobre el monumental fraude versus el golpe de Estado de 2019 preguntando a mis invitados, más allá de las narrativas, de los artículos de la Constitución, del juramento o no de Jeanine Áñez… ¿Quiénes murieron en la noche poselectoral? ¿Cuáles son los apellidos de los muertos? ¿Dónde murieron? ¿Cómo murieron? ¿Quiénes se indignan con estas muertes?

Podríamos decir más: podríamos pensar con dolor adentro que somos una sociedad que pide con urgencia un diván y un psicoanalista que nos ayude a aliviar tanto desgarro interno que la colonia ha tatuado con sangre en nuestras pieles morenas de citadinos, en nuestros nombres que quieren ocultar nuestros apellidos indígenas, en nuestra burla de los indígenas que son solo nuestro llanto interno de negación de las mismas fuerzas indígenas que nos habitan hasta la muerte. Y es que, como escribió Eduardo Galeano, “en América todos tenemos algo de sangre originaria; algunos en las venas, otros en las manos”.

Sin embargo nada está perdido. La propuesta cinematográfica y de vida de Jorge Sanjinés, la mejor composición de Cergio Prudencio y la voz como nunca intensa de Emma Junaro, en esta mañana iluminada por el gigante sol de las montañas que me calienta y me consuela, me dieron la respuesta que me salva del ahogo en este teclado: “Para recibir el canto de los pájaros, escalar el viento, navegar la luz, iniciar el viaje del encuentro, última tarde de sombras y de invierno, canto, canto, canto”.

Fuente: Claudia Benavente en https://www.la-razon.com

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