“Una tiranía disfrazada”. Así, Marco Rubio, secretario
de Estado de EEUU, ha definido la democracia
alemana, cuyo gobierno ha anunciado que quiere
aumentar la vigilancia sobre Alternativa para
Alemania (Afd), en cuanto partido de extrema
derecha, que amenaza la democracia.
Según el gobierno alemán, que se ha expresado a
través de la Oficina Federal para la Protección de la
Constitución (BfV), la AfD es una formación que, por
su ideología y por sus acciones, guiadas por “un
concepto de pueblo xenófobo, sobre base étnica”,
representa un peligro para el orden democrático
alemán, fundamentalmente liberal, y para la
constitución de la nación. Para Rubio, en cambio, un
partido que ha obtenido el segundo puesto en las
recientes elecciones no debe ser considerado un
peligro de extrema derecha, y aumentar los poderes de
vigilancia a la agencia de espionaje alemana despierta
preocupación.
Más allá de las motivaciones políticas contingentes,
que empujan a un modesto lacayo de la oligarquía
norteamericana como Rubio a querer tranquilizar a los
trumpistas de Maga de que es absolutamente uno de
ellos, sus declaraciones permiten algunas breves
reflexiones a ochenta años del Día de la Victoria, el 9
de mayo de 1945. En esa fecha, como es sabido, la
Alemania nazi se rindió formalmente a la Unión
Soviética y a sus aliados, marcando, con la firma de la
capitulación en Berlín, el fin de la Segunda Guerra
Mundial en el frente oriental.
Entonces, las contradicciones insanables del modo de
producción capitalista empujaron a las burguesías
europeas, presas del pánico por el avance del
movimiento obrero tras la Revolución de Octubre, a
confiarse al nazi-fascismo. Hoy, aun en ausencia de
una fuerza organizada de las clases populares a nivel
mundial, el gran capital internacional, el poder
globalizado de las finanzas, transfiere ese miedo
contra el diseño de un nuevo mundo multicéntrico y
multipolar que va avanzando.
El impulso a nuevas guerras imperialistas y el resurgir
de ideologías nacionalistas y xenófobas, en el marco
de la crisis sistémica del modelo capitalista, hace
entonces de aquella victoria una ocasión para retomar
proyectos e ideales, pero poniéndose las lentes justas
que permitan vislumbrar su alcance actual.
El hecho de que las “críticas” a la democracia
burguesa hayan sido retomadas y desviadas por la
extrema derecha que gobierna EEUU y que va
aumentando su fuerza en Europa, debería interrogar
profundamente a quien, a la “izquierda”, no ha sabido
empujar esas críticas hacia un vuelco de poder a favor
de las clases populares, que debería haber defendido y
representado. El auge del radicalismo de la extrema
derecha, la normalización de las teorías y de las
acciones más nefastas que hacen eco al nazi-fascismo
y al racismo, ha ido a la par con el chantaje aceptado a
la “izquierda”, que ha llevado al extremo el
revisionismo histórico, político y simbólico sobre la
guerra de clases del siglo pasado, liquidado como el
siglo de la violencia.
Se ha venido así a ensanchar esa zona gris en la que a
la objetividad de la historia se ha sustituido una
multiplicidad de “narrativas” que impiden
comprender, tanto las especificidades contextuales,
determinadas materialistamente, como el significado
general.
Analizando el retorno de la extrema derecha en el
continente latinoamericano, el intelectual cubano,
Abel Prieto, que dirige la Casa de las Américas,
observaba cómo los herederos del nazifascismo, y
toda la horda de fascistas posteriores, buscan no solo
lavar la imagen de Mussolini, Hitler o Franco, sino
también la de Pinochet, Videla y los asesinos del Plan
Cóndor, acusando, por ejemplo, a “los errores” del
socialismo allendista, de haber provocado el golpe de
Estado.
La lucha entre nazi-fascismo y comunismo,
interpretada como choque entre dos “totalitarismos”
ha progresivamente impuesto un “relato” edulcorado
de la resistencia, desplazando la perspectiva del
partisano combatiente hacia el “nazi bueno” que
ayudó a los judíos, o hacia el fascista dubitativo, o
hacia el “testigo” que ha sufrido una “violencia”
ajena. La zona gris, aquella sobre la que planean
nuevamente los buitres, ha sido ocupada por el
paradigma de la “víctima merecedora”, en la que los
“violentos” no son quienes depredan y oprimen,
también con la fuerza de lo “instituido”, sino quienes
se oponen: quienes reaccionan para no sucumbir. Una
picadora de carne ideológica que justifica el matadero
concreto, como vemos con el genocidio en Palestina.
Que un tétrico personaje como Marco Rubio,
administrador de la Agencia de los Estados Unidos
para el Desarrollo Internacional (USAID) y por lo
tanto promotor de todos los planes desestabilizadores
contra Cuba, Venezuela y los procesos progresistas en
América Latina, se atreva a criticar el riesgo de
aumentar los poderes de vigilancia a la agencia de
espionaje alemana, debería al menos valerle algunas
sonoras burlas por parte de la izquierda en Europa.
Debería ser ridiculizado en cuanto promotor de un
nuevo “macartismo” norteamericano, que pone en la
picota la libertad de pensamiento retomando la
obsesión del comunismo como en los años Cuarenta-
Cincuenta del siglo pasado, con el contorno de
espionaje, sospecha, persecución y caza de brujas. No
por casualidad, en su momento, en su discurso en
Hollywood, Thomas Mann señaló los rasgos análogos
del macartismo con el nazismo apenas derrotado. Y ya
en 1942, el poeta revolucionario alemán, Bertolt
Brecht, en su Diario de Trabajo, había preconizado
que el fascismo en Estados Unidos asumiría la
máscara de la democracia.
El hecho es que, una cierta “izquierda”, en Europa, ha
hecho de la sociedad del control, del sistema penal
como “solución” de los conflictos sociales, del uso de
la magistratura para fines políticos (lawfare) un
elemento cardinal de su compatibilidad con el sistema
capitalista, revolcándose en la zona gris del
“políticamente correcto”: otro elemento cabalgado
hoy por el trumpismo, que se siente con arrogancia
por encima de las reglas, incluso las de la democracia
burguesa.
Sustituir la lucha de clases por la de los jueces, es otra
trampa de la “zona gris” en la que, sobre todo en
Italia, ha sido demonizado y eliminado el conflicto de
clases de los años 70, imponendo a la sociedad todo
un correlato de leyes de emergencia, prisioneros
políticos y torturas.
En cambio, los pueblos, desde siempre, su batalla la
han dado en las calles y no en los tribunales,
recordando, con Marx, que los jueces no son figuras
neutras e imparciales que aplican una ley abstracta,
que sería “igual para todos”. Jueces y tribunales, decía
Marx, son parte integrante de la superestructura del
Estado burgués. Su papel es el de defender los
intereses de la clase dominante, y perpetuar su poder
económico y social mediante la defensa del orden
constituido.
Mucho menos, aquella izquierda que, en Europa, se
estremece por alimentar el régimen de Zelenski,
poniendo al diapasón del complejo militar-industrial
sus propias economías, puede encuadrar en esta clave
el poderoso rearme de Alemania, en función anti-rusa
y anti-china, bendecido por la Unión Europea y por
las grandes instituciones internacionales. Por otro
lado, después de haber considerado “nuevos Hitler” a
los tantos gobernantes indeseables para el gran patrón
norteamericano, el revisionismo europeo considera a
Zelenski un campeón de la democracia y a Vladimir
Putin el nuevo dictador, comparable al alemán de
antaño.
Así, mientras Rusia y la mayoría de las ex repúblicas
soviéticas celebran, también este año, el Día de la
Victoria, el 9 de mayo, Zelenski y los países bálticos,
miembros de la Unión Europea (Estonia, Letonia,
Lituania), desde el año pasado han designado el 8 de
mayo como el “Día de la Memoria y de la Victoria
sobre el Nazismo en la Segunda Guerra Mundial
1939-1945”, en línea con las celebraciones
occidentales del V-E Day.
El 9 de mayo, en Rusia, en cambio, ha permanecido
un pilar de la identidad nacional. Una conmemoración
no ritual, particularmente sentida en este nuevo año de
guerra contra el avance de los nuevos fascismos al
soldo de la OTAN y de la UE en las fronteras,
capitaneados por Ucrania: a expensas de los tantos
partisanos ucranianos, que combatieron en las filas del
Ejército Rojo. Vladimir Putin no es Vladimir Lenin y
Rusia no es la Unión Soviética, pero el alcance del
choque pasado ha resonado en la palabras del
presidente ruso, cuando definió una “tragedia
inmensa” la caída de la URSS.
Para los pueblos del sur, que intentan buscar una
nueva esperanza, acompañando el camino del
socialismo del siglo XXI, el de Venezuela bajo el
empuje indomable de Cuba, el 9 de mayo continúa
siendo el símbolo de un necesario rescate de las clases
populares a nivel internacional. Los jóvenes lo tienen
muy claro. Visitando recientemente la Casa de las
Américas, una coloridísima muestra de jóvenes
artistas, daba prueba de ello. Hacer viva la resistencia
comunista contra el nazi-fascismo es un poderoso
antídoto para “Los que vendrán después”, como reza
la poesía de Bertolt Brecht.