El proceso de cambio, ¿una revolución sin imágenes?

¿Cuáles son las imágenes de la izquierda boliviana en relación al proceso de cambio? Entre las más citadas están las revoluciones china y rusa, imágenes de Lenin, Marx, Stalin, Ché, socialismo con el adjetivo comunitario, liberación nacional, el vivir bien solo como balbuceo teórico, el comunismo a secas, o la casi olvidada revolución democrática y cultural. Muy pocos tienen como imagen a la revolución cubana, y casi nadie reivindica la imagen de la revolución zapatista. Las preguntas que debemos hacernos es si esos hombres y mujeres que se ven en esos espejos-imágenes, ¿qué sentirán? ¿esas imágenes les devolverán como reflejo inspiración, potencia o por el contrario les hunde en la vacilación y la impotencia? ¿se sentirán en deuda, en déficit con esas imágenes? ¿qué imágenes han venido a reemplazarlas? Este es otro problema importante que confrontamos (anteriormente escribimos sobre la batalla cultural y el sujeto histórico), que las prácticas de emancipación del pueblo boliviano no encuentran formas propias y la izquierda se aferra a imágenes que no han nacido de nuestras luchas políticas y prácticas culturales.

Todo parece indicar que los hombres y las mujeres del proceso de cambio, del pueblo, siguen movilizándose con imágenes prestadas de experiencias pasadas o ajenas, aspecto que provoca la pérdida de la fuerza política y una cierta tristeza o apatía en los momentos de lucha política (recuérdese cómo fue la derrota en noviembre 2019); esto nos demuestra que somos incapaces de crear nuestras imágenes de cambio, nuestras consignas, nuestras propias categorías a partir de nuestras experiencias políticas; y esto porque el proceso de cambio no tuvo la voluntad política de potenciar esas sensibilidades, esas inspiraciones, esas rebeldías, surgidas de las luchas del agua, del gas y de la constituyente hacia procesos de politizaciones donde los movimientos sociales, en esos años, se hacían preguntas radicales sobre lo existente: cómo queremos vivir juntos, qué tipo de sociedad y Estado queremos construir, cuál será el horizonte político a construir, aspectos que tenían que ver fundamentalmente con la transformación social de nosotros mismos.

Pero se optó  y se opta por la política como gestión exclusiva de los especialistas (roscas burocráticas) de los bienes comunes, donde  las élites del proceso de cambio se amoldaron a la idea clásica de la izquierda, ese esquema racionalista por el cual una vanguardia (rosca intelectual que ahora también se repite) conquista y encandila a los movimientos sociales mediante una ciencia, un discurso, un modelo ideal y la fuerza de hierro de la voluntad de los imprescindibles. En cambio, los movimientos sociales nos quedamos huérfanos de la idea de revolución, atrapados en imágenes de cambio que no dicen nada, antiguas imágenes revolucionarias que pueden funcionar, pero que no hacen vibrar el deseo, no acompañan positivamente las prácticas políticas, y más son imágenes nostálgicas.

Todas esas miles de prácticas e iniciativas de los años 2003 al 2008 poco a poco agonizaron,  no surgió un nuevo pensamiento de la política, otro vocabulario, otro repertorio de imágenes, y esta incapacidad de inventar nuestras propias palabras, imágenes, herramientas provocó infelicidad política porque seguimos actuando con imágenes heredadas de otras luchas, con respecto a las cuales siempre estaremos en déficit, siempre por debajo, siempre en falta. Pero no se trata de cambiar un imaginario por otro, un imaginario viejo por uno nuevo, sino de inventar otra relación con las imágenes, que pueden ser también con las del pasado; entonces el problema es que no hay imágenes buenas, esto significa que la potencia que surge en un momento histórico determinado de un movimiento social no está relacionada con una imagen previa.

La potencia no tiene imagen, la imagen buena o revolucionaria es la que está aquí y ahora, la que deja pasar la potencia de transformación. Ejemplo, durante y después de la masacres de Senkata, Sacaba, Huayllani, en el bloqueo de caminos de agosto del 2020, la gente poseía una potencia de preguntas que cuestionaban radicalmente las relaciones con un orden establecido: radicalizar la democracia, construir un instrumento a la altura de la historia, que la juventud tenga un protagonismo, tener un estado mayor de la revolución, etc. etc. En esos momentos estas potencias se veían y se valoraban, y qué hubiera sucedido si esas potencias se las hubiera intensificado, impulsado; pero no ocurrió tal cosa, una vez ganado las elecciones con el 55% esas potencias pasaron a ser desapercibidas y minusvaloradas.  

Entre noviembre del 2019 hasta agosto del 2020 tuvimos la oportunidad de crear imágenes, conceptos, herramientas revolucionarias a partir de plantearnos problemas propios, preguntas radicales que activen el pensamiento político, y al mismo tiempo de ensayar (crear) respuestas, este desafío seguro que es difícil, pero el más fecundo, porque esas preguntas radicales hubieran desbloqueado nuestro pensamiento, nos hubiera obligado a pensar y actuar a partir de las realidades que nos afectan: cómo lograr la liberación definitiva, con qué instrumento, cómo formar cuadros, para qué y por qué, etc. etc. Esos momentos de alta politización nos abrían la posibilidad del retorno de la revolución y al mismo tiempo de un problema fundamental a resolver.

Ahora que la derecha sale ilesa y con más poder político después de las elecciones, estamos obligados a tomar de nuevo la iniciativa con respecto al pensamiento y la acción, hacer deseable el cambio social, pero para esto es fundamental reimaginar la revolución, reconcebirlo fuera del modelo revolucionario heredado, donde la pregunta por excelencia es el qué hacer, y la respuesta está en el modelo dominante del siglo XX, que se refiere a qué se tiene que hacer, qué se tiene que pensar, cómo se tiene que organizar, etc. Qué fue triunfante en su momento, pero fue un fracaso como experiencia emancipatoria. Entonces en lugar de la pregunta fracasada del qué hacer, hay que ir a la pregunta cómo hacer, que es la pregunta de las personas desamparadas de imágenes, de conceptos y de consignas en medio de una realidad que nos exige acciones políticas inmediatas.

Las respuestas a la pregunta del cómo hacer no se encuentran en los libros o en la ciencia (como han pretendido y pretenden hacernos creer los epistemólogos), las respuestas las encontraremos en las luchas, en los ensayos y errores, en las andaduras a tientas, en las experiencias, en las prácticas culturales, en la voluntad política por borrar la línea divisoria entre el centro del poder y saber con el mundo de la periferia, donde esas periferias o mundos indígenas cuyo no-saber no es la ignorancia, sino su potencia de pensamiento. Como estamos viendo, la pregunta del cómo hacer es interminable, inagotable, pero es la más enriquecedora, porque sin situaciones de lucha no hay pensamiento, sin pensamiento no hay creación, sin creación no hay nuevos posibles, ni transformación social. Hay nueva gente que se ha sumado a las luchas desde noviembre del 19, donde esas luchas les ha afectado social, política, moral y culturalmente; son personas que leen otro tipo de lecturas y por tanto tienen una nueva posición de leer el mundo, porque leer no es descifrar información y repetirla, sino que la lectura nos afecte y despierte potencia (preguntas radicales); son mujeres y hombres que desafían a las tradiciones, porque una cultura política que solo se preserva pierde su poder si no hay ojos nuevos que puedan mirarlo. En definitiva en esas personas renace la esperanza de la revolución.

Fuente: Jhonny Peralta Espinoza, Ex militante Fuerzas Armadas de Liberación Zárate Willka en: Rebelión

One comment

  1. Compañero, tienes mucha razón en tu análisis, pero sigues argumentando como izquierdista, ¡te olvides de los originarios! y sus luchas. Mientras no tomamos en cuenta esta fuerza primordial y sus visiones estamos perdidos.

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