Servidumbre militar obligatoria

Hablaba con otro amigo, hace unos días, sobre la utilidad real de la Policía en nuestro país. Llegamos a la conclusión de que aquel otro sindicato armado era caro, peligroso e ineficiente.

No deja de sorprenderme el masoquismo de nuestra sociedad. Al salir de casa, paso siempre por la avenida 6 de Marzo y el cuartel Ingavi, a pocos kilómetros de la calle donde la infame masacre de Senkata tuvo lugar. Los últimos días observé a cientos de jóvenes acampando en fila a las puertas del regimiento militar que, por lo que me contó un amigo, participó en casi todos los golpes de Estado desde los años 70 del siglo pasado, hasta el último que derrocó a Morales.

Me inquieta, porque después de noviembre de 2019, los bolivianos deberíamos considerar suprimir el servicio militar obligatorio. Yo lo cumplí cuando era joven, y no me hizo mejor persona. Era la “pre”, seré honesto, pero estar ahí fue suficiente para saber que no era un lugar para fortalecer el cuerpo ni ennoblecer el alma, sino un espacio donde, tal como decían los oficiales allá, no había derechos humanos. Poco aprendí de patriotismo, que es más que el culto a la bandera, y en realidad se puede decir que fue un dilatado curso de machismo, racismo y sumisión que por suerte olvidé rápido.

Aquellos muchachos están haciendo fila para ser humillados por algún coronel que seguramente les pedirá que limpien su patio; los chicos con dinero pueden ahorrarse esas molestias. Servidumbre obligatoria, de esas que cuestan la vida, como la del conscripto que murió hace unos años para salvar el coche de su superior atrapado en una zona inundada.

No hemos tenido guerras desde hace más de 80 años y, de todos modos, nuestras Fuerzas Armadas las perdieron casi todas. Sus fusiles disparan siempre, salvo en contadas ocasiones, contra indígenas o campesinos, y de yapa, sus salarios y beneficios sociales son carísimos para nuestro presupuesto, y completamente inmerecidos cuando se compara su utilidad con los trabajadores de la salud o la educación (excluyo intencionalmente acá a los administradores de la justicia). Se jubilan con el 100% de sus ingresos, mientras que siete de cada 10 bolivianos deben buscarse la vida en la calle.

Dunkerley recuerda, en su libro Los Orígenes del Poder Militar, que las FFAA han actuado siempre bajo una lógica corporativa más atenta a sus numerosos privilegios que a la integridad de nuestro Estado, funcionando durante mucho tiempo como plataforma política de avispados, pero no siempre honestos, personajes. Hoy son un trampolín de acceso a las clases medias por su alta remuneración, por lo que entrar a sus filas suele ser tan caro como la corrupción. Zavaleta decía que si el Estado es la síntesis de la sociedad, entonces las FFAA son la síntesis del Estado, y es así: son más clientelistas y rentistas que cualquier funcionario público.

Hablaba con otro amigo, hace unos días, sobre la utilidad real de la Policía en nuestro país. Llegamos a la conclusión de que aquel otro sindicato armado era caro, peligroso e ineficiente. Lo mismo podría decirse, y con mejores argumentos, del Ejército. Tomando en cuenta la compleja relación que seguramente hoy existe entre el Gobierno y los militares, me limitaré a decir que recuerdo con melancolía aquello que Galeano esperaba para nuestro continente en el siglo XXI. “En ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a hacer el servicio militar, sino los que quieran hacerlo”.

No creo que podamos abolir esta odiosa institución por lo pronto, así que me limitaré a esperar a que al menos se haga justicia por las masacres de Senkata y Sacaba y todos los muertos bajo botas policiales y militares.

Fuente: Carlos Moldiz Castillo en https://m.la-razon.com

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